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Salmos, 102


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[1] Bendice, ¡oh alma mía!, al Señor, y bendigan todas mis entrañas su santo Nombre.

[2] Bendice al Señor, alma mía, y guárdate de olvidar ninguno de sus beneficios.

[3] El es quien perdona todas tus maldades; quien sana todas tus dolencias;

[4] quien rescata de la muerte tu vida; el que te corona de misericordia y gracias;

[5] el que sacia con sus bienes tus deseos, para que se renueve tu juventud como la del águila.

[6] El Señor hace mercedes, y hace justicia a todos los que sufren agravios.

[7] Hizo conocer a Moisés sus caminos, y a los hijos de Israel su voluntad.

[8] Compasivo es el Señor y benigno, tardo en airarse y de gran clemencia.

[9] No durará para siempre su enojo, ni estará amenazado perpetuamente.

[10] No nos ha tratado según merecían nuestros pecados, ni dado el castigo debido a nuestras iniquidades.

[11] Antes bien cuanta es la elevación del cielo sobre la tierra, tanto ha engrandecido él su misericordia para con aquellos que le temen.

[12] Cuanto dista el oriente del occidente, tan lejos ha echado de nosotros nuestras maldades.

[13] Como un padre se compadece de sus hijos, así se ha compadecido el Señor de los que le temen.

[14] Porque él conoce bien la fragilidad de nuestro ser. Tiene muy presente que somos polvo,

[15] y que los días del hombre son como el heno: cual flor del campo, así florece, y se seca.

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Símbolos de transitoriedad. Is. 40, 7; Job. 7, 10; 14, 2.

[16] Porque el espíritu estará en él como de paso; y así el hombre dejará pronto de existir y le desconocerá el lugar mismo que ocupaba.

[17] Pero la misericordia del Señor permanece desde siempre y para siempre sobre aquellos que le temen. Su justicia no abandonará jamás a los hijos y nietos

[18] de aquellos que observan su alianza, y conservan la memoria de sus mandamientos, para ponerlos en práctica.

[19] El Señor asentó en el cielo su trono; y su reino dominará sobre todos.

[20] Bendecid al Señor todos vosotros, ¡oh ángeles suyos!, vosotros de gran poder y virtud, ejecutores de sus órdenes, prontos a obedecer la voz de sus mandatos.

[21] Bendecid al Señor todos vosotros que componéis su celestial milicia, ministros suyos que hacéis su voluntad.

[22] Criaturas todas de Dios, en cualquier lugar de su universal imperio, bendecid al Señor. Bendice tú, ¡oh alma mía!, al Señor.

Salmos, 102