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Salmos, 62


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[1] ¡Dios mío, oh mi Dios!, a ti aspiro, y me dirijo desde que apunta la aurora. De ti está sedienta el alma mía. ¡Y de cuántas maneras lo está también este mi cuerpo!

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En el texto hebreo y los Setenta dice Judá. 2Sm. 22, 5.

[2] En esta tierra desierta, intransitable y sin agua, me pongo en tu presencia, como si me hallara en el santuario, para contemplar tu poder y la gloria tuya.

[3] Más apreciable es que mil vidas tu misericordia; por tanto se ocuparán mis labios en tu alabanza.

[4] Por esto te bendeciré toda mi vida, y alzaré mis manos invocando tu Nombre.

[5] Quede mi alma bien llena de ti, como de un manjar jugoso; y entonces con labios que rebosen de júbilo, te cantará mi boca himnos de alabanza.

[6] Me acordaba de ti en mi lecho; en ti meditaba luego que amanecía;

[7] pues tú eres mi amparo, y a la sombra de tus alas me regocijaré.

[8] En pos de ti va anhelando el alma mía; me ha protegido tu diestra.

[9] En vano han buscado cómo quitarme la vida; entrarán en las cavernas más profundas de la tierra:

[10] Entregados serán a los filos de la espada; serán pasto de las zorras.

[11] Entretanto el rey se regocijará en Dios: loados serán aquellos que le juran; porque quedó así tapada la boca de todos los que hablaban inicuamente.

Salmos, 62