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Salmos, 18


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[1] Los cielos publican la gloria de Dios y el firmamento anuncia la grandeza de las obras de sus manos.

[2] Cada día transmite con abundancia al siguiente día estas voces o anuncios, y una noche las comunica a la otra noche.

[3] No hay lenguaje, ni idioma, en los cuales no sean escuchadas sus voces.

[4] Su sonido se ha propagado por toda la tierra, y hasta el cabo del mundo se han oído sus palabras.

[5] Puso Dios especialmente en el Sol su Tabernáculo; y a manera de un esposo que sale de su tálamo, salta como gigante a correr su carrera.

[6] Sale de una extremidad del cielo, y corre hasta la otra; no hay quién pueda esconderse de su calor.

[7] La ley del Señor es inmaculada, y ella convierte a sí las almas; el testimonio del Señor es fiel, y da sabiduría a los pequeños.

[8] Los mandamientos del Señor son rectos, y alegran los corazones; el luminoso precepto del Señor es el que alumbra los ojos.

[9] El puro y santo temor del Señor permanece por todos los siglos; los juicios del Señor son verdad; en sí mismos están justificados.

[10] Son más codiciables que la abundancia de oro y de piedras preciosas; más dulces que la miel y el panal.

[11] Por eso tu siervo los guarda; y en guardarlos queda abundantemente galardonado.

[12] ¿Quién es el que conoce todos sus yerros? Purifícame de los míos ocultos,

[13] y perdona a tu siervo los ajenos. Si no dominaren sobre mí, entonces estaría limpio de toda mancha y purificado de delito muy grande.

[14] Con lo que te serán gratas las palabras o cánticos de mi boca, como también la meditación de mi corazón que haré yo siempre en tu acatamiento. ¡Oh Señor, amparo mío y redentor mío!

Salmos, 18