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Nehemías, 9


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[1] Mas el día veinticuatro de dicho mes, se juntaron los hijos de Israel, observando el ayuno, y vestidos de sacos, y cubiertos de polvo y ceniza.

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Dos días después de la fiesta.

[2] Y el linaje de los hijos de Israel se había ya separado de todos los extranjeros; y presentándose delante del Señor confesaban sus pecados y las maldades de sus padres.

[3] Y se pusieron de pie, y se hizo la lectura en libro de la ley del Señor Dios suyo cuatro voces al día, y otras tantas alababan y adoraban al Señor su Dios.

[4] A este fin, subieron a la tribuna de los levitas Josué, y Bani, y Cedmihel, Sabanía, Bonni, Serebías, Bani y Canani, y clamaron en voz alta al Señor su Dios.

[5] Y los levitas Josué y Cedmihel, Bonni, Hasebnía, Serebías, Odaía, Sebnía, Fatahía, dijeron: Levantaos, bendecid al Señor Dios vuestro que existe siempre y por toda la eternidad. Sea, oh Señor, bendito tu excelso y glorioso Nombre, con toda suerte de bendiciones y alabanzas.

[6] Tú mismo, oh Señor, tú solo hiciste el cielo, y el cielo de los cielos donde habitas, y toda su milicia celestial, la tierra, y cuanto ella contiene, y los mares y todo lo que hay en ellos; y tú das vida o conservas todas estas cosas, y a ti te adora el ejército o milicia celestial.

[7] Tú fuiste, oh Señor Dios, el que elegiste a Abram y le sacaste de Ur de los caldeos, y le pusiste el nombre de Abrahán,

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Gn. 11, 31; 17, 5.

[8] y hallaste fiel su corazón en tu presencia y pactaste con él que le darías la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, y del ferezeo, y del jebuseo, y del gergeseo, entregándosela a sus descendientes; y cumpliste tu palabra, pues eres justo.

[9] Y miraste la aflicción de nuestros padres en Egipto, y escuchaste sus clamores junto al mar Rojo,

[10] y obraste milagros y portentos contra el faraón, y contra todos sus criados, y contra todo el pueblo de aquella tierra, porque sabías que ellos nos habían tratado con soberbia, e insolencia y te ganaste el nombre de Dios grande, que conservas hoy.

[11] Y dividiste el mar ante nuestros padres, que pasaron por medio de él, seco el suelo; y arrojaste al profundo a sus perseguidores, como piedra que cae en un abismo de aguas.

[12] Fuiste en el día su conductor desde una columna de nube, y por la noche desde una columna de fuego, para mostrarles la senda por donde habían de caminar.

[13] Tú asimismo descendiste al monte Sinaí , y hablaste con ellos desde el cielo; y les diste preceptos de justicia y la ley de la verdad, y ceremonias, y mandamientos buenos.

[14] Y les enseñaste a consagrar a ti el sábado; y les promulgaste tus instruccio-nes, y ceremonias, y la ley por ministerio de Moisés, tu siervo.

[15] También le diste pan del cielo, estando hambrientos; y cuando tuvieron sed hiciste brotar agua de una peña; y les dijiste que entrasen a poseer la tierra, que alzada tu mano o con juramento habías prometido darles.

[16] Pero así ellos como nuestros padres obraron con soberbia y altanería, y endurecieron sus cervices, y no obedecieron tus mandamientos.

[17] No quisieron escucharte ni acordarse de las maravillas que a favor de ellos hiciste; antes endurecieron sus cervices, y como rebeldes quisieron elegirse un caudillo para volverse a su esclavitud de Egipto. Pero tú, oh Dios propicio, clemente y misericordioso, de larga, y de mucha benignidad, no los abandonaste,

[18] ni aun cuando se forjaron un becerro de fundición, dijeron: Este, oh Israel, es tu Dios, el que te ha sacado de Egipto, y cometieron horribles blasfemias.

[19] Tú, no obstante, por tu misericordia no los abandonaste en el desierto; no se apartó de ellos en el día la columna de nube que les mostraba el camino, ni de noche la columna de fuego para enseñarles la senda que habían de seguir.

[20] Les diste tu espíritu bueno que los instruye por medio de Moisés, y no quitaste tu maná de la boca, y cuando sedientos, les diste agua.

[21] Por cuarenta años los alimentaste en el desierto, y nada les falto; sus vestidos no se gastaron, ni se lastimaron sus pies.

[22] Y los hiciste dueños de reinos y pueblos, y se los repartiste por suertes; y así poseyeron el país de Sehón, el país del rey de Hesebón, y el país de Og, rey de Basaán.

[23] Y multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo, y los trajiste a la tierra, de la cual habías dicho a sus padres que entrarían a poseerla.

[24] En efecto, vinieron los hijos y la poseyeron; y tú abatiste delante de ellos a los cananeos que la habitaban, y los entregaste en su poder con sus reyes y pueblos del país, para que hiciesen de ellos lo que quisiesen.

[25] Se apoderaron, pues, de las ciudades fuertes, y de una tierra fértil, y ocuparon casas llenas de toda suerte de bienes; hallaron cisternas ya construidas por otros, viñas, y olivares, y muchos árboles frutales; y comieron y se saciaron, y se engrosaron, y nadaron en delicias, merced a tu gran bondad.

[26] Ellos provocaron tu ira, apartándose de ti, y echando tu ley al trenzado, y mataron a tus profetas que los conjuraban para que se convirtiesen a ti, y cayeron en grandes abominaciones.

[27] Por lo cual los entregaste en poder de sus enemigos que los oprimieron. Mas en su tribulación, clamaron a ti, y tú desde el cielo los escuchaste, y por tu mucha misericordia les diste salvadores, que los libertasen del poder de sus enemigos.

[28] Así que estuvieron en reposo, volvieron a cometer la maldad en tu presencia; y tú los abandonaste en manos de sus enemigos, que los esclavizaron. De nuevo se convirtieron y clamaron a ti, y tú desde el cielo los escuchaste, y por tu gran misericordia los libertaste repetidas veces.

[29] Y los exhortaste vivamente a volver a tu ley; pero ellos procedieron con altivez, y no obedecieron tus mandamientos, y pecaron contra tus leyes, en cuya observancia halla el hombre la vida, y rezongones sacudieron la carga del hombro, y endurecieron su cerviz, y no hicieron caso.

[30] Sin embargo, tú los aguantaste por muchos años, y los amonestaste por medio de tu espíritu, hablándoles por boca de los profetas; pero no quisieron escuchar; y los entregaste en poder de los pueblos de las naciones.

[31] Si bien por tu grandísima e infinita misericordia no acabaste con ellos, ni los abandonaste, porque tú eres un Dios de benignidad y de clemencia.

[32] Ahora pues, oh Dios nuestro, Dios grande, fuerte y terrible, que guardas el pacto y la misericordia, no apartes los ojos, compadécete de todos los trabajos que han llovido sobre nosotros, sobre nuestros reyes, y nuestros príncipes, y nuestros sacerdotes, y nuestros profetas, y nuestros padres, y sobre tu pueblo todo, desde el tiempo del rey de Asiria, que nos llevó cautivos, hasta el día de hoy.

[33] Justo eres tú en todos estos males que han llovido sobre nosotros; porque tú has cumplido fielmente las promesas; mas nosotros hemos procedido inicuamente.

[34] Nuestros reyes, nuestros magnates, nuestros sacerdotes, y nuestros padres no han aguardado tu ley, no han atendido a tus mandamientos, ni a las amonestaciones con que los reconvenías.

[35] Al contrario, mientras reinaban y gozaban de los muchos beneficios que les hacías, y de esta espaciosa y feraz tierra que habías entregado a su disposición, ni te sirvieron, ni se apartaron de sus pésimas inclinaciones.

[36] Y he aquí que nosotros mismos somos hoy esclavos; y en esta tierra que diste a nuestros padres para que comiesen el pan y los frutos de ella, en ella misma nos hallamos siervos del rey de Babilonia.

[37] Se multiplican sus frutos en pro de los reyes, a los cuales nos sujetaste por nuestros pecados; ellos son los dueños de nuestros cuerpos y de nuestras bestias, según su antojo; con lo que vivimos en gran tribulación.

[38] Consideradas, pues, todas estas cosas, nosotros mismos prometemos alianza o fidelidad; y la ponemos por escrito y la firman nuestros príncipes de las familias, nuestros levitas y nuestros sacerdotes.

Nehemías, 9