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Lamentaciones, 4


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[1] ¡Cómo se ha oscurecido el oro del templo, y cambiado su color bellísimo! ¡Dispersas, ¡ay!, dispersas están las piedras del santuario por los ángulos de todas las plazas!

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Con el incendio del templo de Jerusalén quedaron ahumadas y renegridas sus paredes, que antes parecían una ascua de oro. Las imágenes están aún vivas en la memoria del poeta. 2 Cro 3.

[2] Los hijos de Sión, que vestían de tisú, de oro finísimo, ¡cómo son ya mirados cual si fuesen vasos de barro, obra de manos de alfarero!

[3] Aún los mismos chacales descubren sus pechos, y dan de mamar a sus cachorrillos; pero cruel la hija de mi pueblo imita al avestruz del desierto, y los abandona.

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Job. 39, 14.

[4] Al niño de pecho se le pegaba la lengua al paladar, por causa de la sed; pedían pan los niños, y no había quien se lo repartiese.

[5] Aquellos que comían con más regalo han perecido de hambre en medio de las calles, cubiertos se ven de basura o andrajos aquellos que vivían entre púrpura y ropas preciosas.

[6] Y ha sido mayor el castigo de las maldades de la hija de mi pueblo, que el pecado de Sodoma; la cual fue destruida en un momento, sin que tuviese parte mano de hombre.

[7] Sus nazareos eran más blancos que la nieve, más lustrosos que la leche, más rubicundos que el marfil antiguo, más bellos que el zafiro.

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Contraste trágico entre la nieve y el carbón.

[8] Pero ahora más renegrido que el carbón está su rostro, y no son conocidos por las calles; pegada tienen su piel a los huesos, árida y seca como un palo.

[9] Menos mala fue la suerte de los que perecieron al filo de la espada, que la de aquellos que murieron de hambre; pues éstos se fueron aniquilando consumidos por la carestía de la tierra.

[10] Las mujeres, de suyo compasivas, pusieron a cocer con sus manos a sus propios hijos; éstos fueron su vianda en tiempo de la calamidad de la hija del pueblo mío.

[11] El Señor ha deshogado su furor, ha derramado la ira de su indignación, ha encendido en Sión un fuego que ha consumido hasta sus cimientos.

[12] No creían los reyes de la tierra, ni los habitantes todos del mundo que el enemigo y adversario entrase por las puertas de Jerusalén ;

[13] pero entró por causa de los pecados de sus profetas y las maldades de sus sacerdotes, que en medio de ella derramaron la sangre de los justos.

[14] Andaban errantes como ciegos por las calles, amancillándose con la sangre; y no podían evitarlo, aunque se alzaban del extremo de sus vestidos para no mancharse.

[15] Apartaos, inmundos, decían gritando a los otros; retiraos, marchad fuera, no nos toquéis, porque de resultas de eso tuvieron pendencias entre sí; y los que fueron dispersos entre las naciones, dijeron: No volverá el Señor ya a habitar entre ellos.

[16] El rostro airado del Señor los ha dispersado; ya no volverá él a mirarlos; no han respetado la persona de los sacerdotes, ni se han compadecido de los ancianos.

[17] Cuando aún subsistíamos, desfallecían nuestros ojos esperando en vano nuestro socorro, poniendo nuestra atención en una nación que no había de salvarnos.

[18] Al andar por nuestras calles hallaban tropiezos nuestros pies; se acercó nuestro fin; se completaron nuestros días, pues ha llegado nuestro término.

[19] Más veloces que las águilas del cielo han sido nuestros enemigos; nos han perseguido por los montes, nos han armado emboscadas en el desierto.

[20] El Ungido del Señor, resuello de nuestra boca, ha sido preso por causa de nuestros pecados; aquel a quien habíamos dicho: A tu sombra viviremos entre las naciones.

[21] Gózate y regocíjate, ¡oh hija de Edom, que habitas en la tierra de Hus!, también te llegará a ti el caliz de la tribulación; embriagada serás y despojada de todos los bienes.

[22] ¡Oh hija de Sión!, tiene su términos el castigo de tu maldad, el Señor nunca más te hará pasar a otro país. Mas él castigará, ¡oh hija de Edom!, tu iniquidad, él descubrirá tus maldades.

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No fueron llevados cautivos a otro país. En la última ruina de Jerusalén, durante el imperio romano, se dispersaron por la tierra.

Lamentaciones, 4