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Isaías, 51


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[1] Escuchadme, vosotros los que seguís la justicia y buscáis al Señor: Atended a la cantera de donde habéis sido cortados, al manantial de que habéis salido.

[2] Poned los ojos en el anciano Abrahán vuestro padre, y en Sara estéril que os parió; porque a él, que era solo, sin hijos, lo llamé, y lo bendije, y lo multipliqué.

[3] Del mismo modo, pues, consolará el Señor a Sión, y reparará todas sus ruinas, y convertirá sus desiertos en lugares de delicias, y su soledad en un jardín amenísimo. Allí será el gozo y la alegría, la acción de gracias, y las voces de alabanza a la gloria del Señor.

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Por el inestimable beneficio de la Redención. Ef. 1, 3; Ap. 21, 10.

[4] Atiende a lo que te digo, ¡oh pueblo mío!, y escúchame, nación mía; porque de mí ha de salir la nueva ley, y mi justicia se establecerá entre los pueblos a fin de iluminarlos.

[5] Está para venir mi Justo. El Salvador que yo envío está ya en camino, y mi brazo regirá los pueblos; las islas o naciones de la tierra me estarán aguardando, y esperando en el poder de mi brazo.

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El Hijo mío.

[6] Alzad al cielo vuestros ojos, y bajadlos después a mirar la tierra, porque los cielos como humo se desharán y mudarán, y la tierra se consumirá como un vestido, y perecerán como estas cosas sus moradores. Pero la salud o el Salvador que yo envío, durará para siempre, y nunca faltará mi justicia.

[7] Escuchad los que conocéis lo que es justo; vosotros del pueblo mío, en cuyos corazones está grabada mi ley: No temáis los oprobios de los hombres, no os arredren sus blasfemias;

[8] porque como a un vestido, así los roerá a ellos el gusano, y como a la lana, los devorará la polilla; mas la salvación que yo envío, durará para siempre, y mi justicia por los siglos de los siglos.

[9] Levántate, levántate: ármate de fortaleza, ¡oh brazo del Señor!, levántate como en los días antiguos y en las pasadas edades. ¿No fuiste tú el que azotaste al soberbio faraón, el que heriste al dragón de Egipto?

[10] ¿No eres tú el que secaste el mar, las aguas de tempestuoso abismo; el que abriste camino en el profundo mar, para que pasaran los que habías libertado?

[11] Ahora, pues, los que han sido redimidos por el Señor volverán y llegarán a su amada Sión cantando alabanzas, coronados de sempiterna alegría; tendrán gozo y alegría constante, y huirá de ellos el dolor y la pena.

[12] Yo, yo mismo os consolaré. ¿Quién eres tú que tanto temes a un hombre mortal y al hi-jo del hombre que como el heno ha de secarse?

[13] Porque te has olvidado del Señor tu Creador, que extendió los cielos y fundó la tierra, por eso temblaste continuamente todo el día a vista del furor de aquel enemigo que te afligía y tiraba a exterminarte: ¿dónde está ahora el furor de aquel tirano?

[14] Presto llegará aquel que viene a dar la libertad: que no permitirá el Señor el total exterminio, y no faltará nunca del todo su alimento.

[15] En fin, yo soy el Señor Dios tuyo que embravezco el mar, y encrespo sus olas. Señor de los ejércitos es mi nombre.

[16] En tu boca he puesto mis palabras, y te he amparado con la sombra de mi poderosa mano, para que plantes los cielos y fundes la tierra, y digas a Sión: Tú eres mi pueblo.

[17] Alzate, ¡oh Sión!, álzate, levántate, ¡oh Jerusalén !, tú que has bebido de la mano del Señor el cáliz de su ira; hasta el fondo has bebido tú el cáliz que causa un mortal sopor, y has bebido hasta las heces.

[18] De todos los hijos que ella engendró, no hay uno que la sostenga; y entre todos los hijos que ella ha criado, no hay quien la coja de la mano.

[19] Doblados males son los que te han acontecido: ¿quién te compadecerá? Sobre ti ha venido la desolación y el exterminio, el hambre y la espada: ¿quién te consolará?

[20] Tus hijos yacen tirados por tierra, atados duermen a lo largo de todas las calles, como búbalo enmaromado o preso, cubiertos de la indignación del Señor y de la venganza de tu Dios.

[21] Por tanto, escucha esto tú, pobrecita Jerusalén , y embriagada no de vino, sino de aflicciones:

[22] Estas cosas dice tu dominador, el Señor Dios tuyo que peleará por su pueblo: Mira, yo voy a quitar de tu mano ese cáliz soporífero; las heces del cáliz de mi indignación no las beberás ya otra vez.

[23] Yo lo pondré en la mano de aquellos que te han humillado, y que te dijeron en tu angustia: Póstrate, para que pasemos por encima; y tú pusiste tu cuerpo como tierra que se pisa, y como camino que huellan los caminantes.

Isaías, 51