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Isaías, 47


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[1] Entonces dirán a Babilonia: ¡Oh tú virgen, hija de Babilonia!, desciende y siéntate sobre el polvo, siéntate en el suelo; ya no hay más trono para la hija de los caldeos; no te llamarán en adelante tierna y delicada.

[2] Aplica como esclava tu brazo a la rueda del molino, y muele harina; manifiesta la fealdad de tu cabeza pelada, descubre tu espalda, arregázate de los vestidos, vadea los ríos.

[3] Entonces será pública tu ignominia, patente tu oprobio. Yo me vengaré de ti, y no habrá hombre que se me oponga.

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Na. 3, 5.

[4] El redentor nuestro ¡oh Israel!, es aquel que tiene por nombre Señor de los ejércitos, el Santo de Israel.

[5] Tú, ¡oh hija de los caldeos!, infeliz Babilonia, guarda un mudo silencio, y escóndete en las tinieblas; porque ya no te llamarán más la señora de los reinos.

[6] Porque yo me irrité contra mi pueblo, deseché como profana mi herencia, y los entregué en tus manos; tú no tuviste compasión de ellos: agravaste en extremo tu yugo, aún sobre los ancianos.

[7] Y dijiste: Yo dominaré para siempre; y no pensaste en estas cosas, ni reflexionaste en el paradero que habías de tener.

[8] Ahora, pues, escucha estas palabras, ¡oh Babilonia!, tú que vives entre delicias, y que estás llena de arrogancia; tú que dices en tu corazón: Yo soy la dominadora, y no hay otra más que yo; no quedaré jamás viuda o sin rey, ni conoceré nunca al esterilidad.

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Contraste de la exaltación y humillación de Babilonia.

[9] Vendrán estos dos males súbitamente sobre ti en un mismo día: Quedarás sin hijos, y quedarás viuda. Todo esto vendrá sobre ti por causa de tus grandes maleficios, y por la extrema dureza tuya, hija de tus encantadores.

[10] Tú te has tenido por segura en tu malicia, y dijiste: No hay quién me vea. Ese tu saber y ciencia vana te sedujeron cuando orgullosa dijiste en tu corazón: Yo soy la soberana, y fuera de mí no hay otra.

[11] Caerá sobre ti la desgracia, y no sabrás de dónde nace; y se desplomará sobre ti una calamidad, que no podrás alejar con víctimas de expiación; vendrá repentinamente sobre ti una imprevista miseria.

[12] Quédate con tus encantadores y con tus muchas hechicerías en que te has ejercitado tanto, desde tu juventud, por si acaso puede esto ayudarte algo, o puedes tú hacerte más fuerte.

[13] Pero ¡ah! en medio de tus consejeros, tú te has perdido. Y si no, levántense y sálvente los agoreros del cielo, que contemplaban las estrellas y contaban los meses, para pronosticarte lo que te habría de acontecer.

[14] He aquí que se han vuelto como paja, el fuego los ha devorado; no librarán su vida de la violencia de las llamas; éstas no dejarán brasas con las que se calienten las gentes, ni hogar ante el cual se sienten.

[15] Tal será el paradero de todas aquellas cosas por las cuales tanto te afanaste; los opulentos comerciantes, que trataban contigo desde tu juventud, huyeron cada cual por su camino: No hay quién te salve.

Isaías, 47