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Eclesiástico, 38


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[1] Honra al médico porque lo necesitas; pues el Altísimo es el que lo ha hecho para su bien.

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El cuidado de la salud exige los servicios del médico.

[2] Porque de Dios viene toda medicina; y será remunerada por el rey.

[3] Al médico lo elevará su ciencia a los honores; y será celebrado ante los magnates.

[4] El Altísimo es quien creó de la tierra los medicamentos y el hombre prudente no los desechará.

[5] ¿No endulzó un palo las aguas amargas?

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Ex. 15, 25.

[6] La virtud de los medicamentos pertenece al conocimiento de los hombres; y el Señor se la ha descubierto para que lo glorifiquen por sus maravillas.

[7] Con ellos cura y mitiga los dolores, y el boticario hace electuarios o composiciones suaves, y forma ungüentos saludables, y no tendrán fin sus operaciones.

[8] Porque la bendición de Dios está extendida sobre toda la tierra.

[9] Hijo, cuando estés enfermo, no descuides de ti mismo; antes bien, haz oración al Señor, y él te curará.

[10] Apártate del pecado y endereza tus acciones, y limpia tu corazón de toda culpa.

[11] Ofrece incienso de suave olor, y la flor de harina en memoria; y sea perfecta tu oblación, y después da lugar a que obre el médico,

[12] pues para eso lo ha puesto el Señor; y no se aparte de ti, porque su asistencia es necesaria.

[13] Puesto que hay un tiempo en que has de caer en manos de los médicos;

[14] y ellos rogarán al Señor que te aproveche lo que te recetan para tu alivio, y te conceda la salud, que es a lo que se dirige su profesión.

[15] Caerá en manos del médico el que peca en la presencia de su Creador.

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Merece perder la salud el que peca.

[16] Hijo, derrama lágrimas sobre el muerto, y como en un fatal acontecimiento comienza a suspirar, y cubre su cuerpo según costumbre, y no te olvides de su sepultura.

[17] Y para evitar que murmuren de ti, continúa llorando amargamente por un día. Consuélate después para huir de la tristeza,

[18] así que hagas el duelo, según el mérito de la persona, uno o dos días, para evitar la maledicencia.

[19] Porque de la tristeza viene luego la muerte y la melancolía del corazón deprime el vigor, y encorva la cerviz.

[20] Con el retiro se mantiene la tristeza, y la vida del pobre o afligido es triste, como lo es su corazón.

[21] No abandones tu corazón a la tristeza; arrójala de ti, y acuérdate de las postrimerías;

[22] no te olvides de ellas, porque de allá no se vuelve; y no ayudarás en nada a los otros, y te harás daño a ti mismo.

[23] Considera, te dice el muerto, lo que ha sido de mí; porque lo mismo será de ti; hoy por mí, mañana por ti.

[24] El descanso del difunto tranquilice en ti la memoria de él; pero consuélalo antes que se separe de él su espíritu.

[25] La sabiduría la adquiere el letrado en el tiempo que está libre de negocios; y el que tiene pocas ocupaciones, ése la adquirirá.

[26] Mas ¿qué sabiduría podrá adquirir el que está asido del arado, y pone su gloria en saber picar los bueyes con la aguijada, y se ocupa en sus labores, y no habla de otra cosa que de las castas de los toros?

[27] Aplicará su corazón a tirar bien los surcos, y sus desvelos a engordar sus vacas.

[28] Así todo artesano y arquitecto, que trabajan día y noche, y el que graba las figuras en los sellos, y con tesón va formando varias figuras, tiene su corazón atento a imitar el dibujo, y a fuerza de vigilias perfeccionan su obra.

[29] Así el herrero, sentado junto al yunque, está atento al hierro que está trabajando; el vaho del fuego tuesta sus carnes, y está luchando con los ardores de la fragua.

[30] El estruendo del martillo le aturde los oídos, y tiene fijos sus ojos en el modelo de su obra.

[31] Su corazón atiende a acabar las obras, y con su desvelo las pule y les da la última mano.

[32] Así el alfarero, sentado a su labor, gira con sus pies la rueda, siempre cuidadoso de lo que tiene entre las manos, y llevando cuenta de todo lo que labra.

[33] Con sus brazos amasa el barro; y encorvándose sobre sus pies, con su fuerza lo hace manejable.

[34] Pondrá toda su atención en moldear perfectamente la obra, y madrugará para limpiar el horno.

[35] Todos éstos tienen su esperanza en la industria de sus manos, y cada uno es sabio en su arte.

[36] Sin todos éstos no se edifica una ciudad.

[37] Mas no habitarán en medio de ella, ni andarán paseando, ni entrarán a las asambleas públicas.

[38] No se sentarán entre los jueces, ni entenderán las leyes judiciales, ni enseñarán las reglas de la moral, ni del derecho, ni se meterán a declarar parábolas;

[39] sino que restaurarán las cosas del mundo, y todos sus votos serán para hacer bien las obras de su arte, aplicando también su propia alma a oír y entender la ley del Altísimo.

Eclesiástico, 38