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Eclesiastés, 5


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[1] Considera la santidad del lugar en que pones tus pies cuando entras en la Casa de Dios; y acércate con ánimo de obedecerle. Porque mucho mejor es la obediencia de los humildes que los sacrificios de los insensatos y obstinados pecadores; los cuales no saben ellos cuánto mal hacen.

[2] No hables nada inconsideradamente, ni sea ligero tu corazón en proferir palabras indiscretas delante de Dios, porque Dios es el Señor que está en los cielos, y tú un vil gusano sobre la tierra. Sean, pues, pocas y muy medidas tus palabras.

[3] A los muchos cuidados se siguen sueños molestos, y en el mucho hablar no faltarán sandeces.

[4] Si hiciste algún voto a Dios, no tardes en cumplirlo; pues le desagrada la promesa infiel y la prudente. Por tanto cumple todo lo que hubieres prometido.

[5] Porque mucho mejor es no hacer votos que hacerlos y no cumplirlos.

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El ángel del Señor que te guarda y oye tus palabras.

[6] No sea tu lengua ocasión de que peque tu cuerpo. No digas en presencia del ángel: No hay providencia; no sea que Dios, irritado contra tus palabras, destruya todas las obras de tus manos.

[7] Donde los sueños son muchos, son muchísimas las vanidades, y sin fin las palabras; pero tú teme a Dios.

[8] Si vieres la opresión de los pobres, la violencia que reina en los juicios y el trastorno de la justicia en una provincia, no hay que turbarte por este desorden; pues aquel que está en alto puesto, tiene otro sobre sí, y sobre éstos aun hay otros más elevados,

[9] y hay, en fin, sobre todos un soberano, a quien toda la tierra sirve reverente.

[10] El avariento jamás se saciará de dinero, y quien ama ciegamente las riquezas ningún fruto sacará de ellas. Luego también es esto vanidad.

[11] Donde hay muchos bienes, hay también muchos que lo consumen. ¿Qué provecho, pues, saca el poseedor sino el estar mirando con sus ojos los tesoros que tiene?

[12] Dulcemente duerme el trabajador, ora sea poco, ora sea mucho lo que ha comido, pero está el rico tan repleto de manjares que no puede dormir.

[13] Hay todavía otra dolorosísima miseria que he visto debajo del sol: las riquezas atesoradas para ruina de su dueño;

[14] pues las ve desaparecer con terrible aflicción suya. El hijo que él engendró se verá reducido a la mayor miseria;

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Job. 1, 21; 1Tm. 6, 7.

[15] y él mismo, así como salió desnudo del vientre de su madre, así saldrá de esta vida, sin llevar consigo nada de lo adquirido con su trabajo.

[16] Verdaderamente que es ésta una desdicha bien lamentable; como vino al mundo, así se volverá; ¿qué le aprovecha haberse afanado en balde?

[17] Todos los días de su vida ha comido a oscuras, y en medio de muchos cuidados con mezquindad y melancolía.

[18] Por tanto yo tengo por una cosa bien hecha el que el hombre coma y beba sobriamente, y disfrute con alegría del fruto de las fatigas que ha de soportar en este mundo durante los días de vida que Dios le conceda; y ésta es la suerte que le pertenece.

[19] Y cuando concede Dios a un hombre conveniencias y hacienda, dándole al mismo tiempo facultad para gozar de ellas, y disfrutar de la parte que le ha tocado, y alegrarse con el fruto de su trabajo, es esto un don de Dios.

[20] Los días de su vida se le pasarán casi sin sentirlo, porque Dios le llenará el corazón de delicias.

Eclesiastés, 5