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Eclesiastés, 11


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[1] Echa tu pan sobre las aguas corrientes, que al cabo de mucho tiempo lo hallarás.

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Socorre a cuantos pobres pasen.

[2] Repártelo a siete y aun ocho o más personas; porque no sabes tú los males que pueden sobrevenirte en la tierra.

[3] Has como las nubes que cuando están cargadas, derraman sobre la tierra la lluvia benéfica. Si el árbol cayere hacia el mediodía, o hacia el norte, doquiera que caiga, allí quedará.

[4] El que anda observando el viento, no siembra nunca; y el que atiende a que hay nubes, jamás se pondrá a segar.

[5] Así como ignoras por dónde viene el espíritu al cuerpo, y la manera con que se compaginan los huesos en el vientre de la que está encinta, así tampoco puedes conocer la obra de Dios, hacedor de todas las cosas.

[6] Siembra, pues, tu simiente desde la mañana de tu vida, y no levantes por la tarde tu mano de la labor, pues no sabes qué nacerá primero, si esto o aquello, que si naciere todo a un tiempo, tanto mejor.

[7] Dulce cosa es la luz de la vida, y deleitable a los ojos ver el sol.

[8] Pero, aunque viva un hombre muchos años, y en todos ellos contento, debe no obstante acordarse del tiempo de las tinieblas, y de la cantidad de días de la eternidad; llegados los cuales, quedarán convencidas de vanidad las cosas pasadas.

[9] Gózate, pues, ¡oh joven disoluto!, en tu mocedad; disfrute de los bienes tu alma en los floridos días de tu juventud; sigue las inclinaciones de tu corazón y lo que agrada a tus ojos; pero sábete que de todas esas cosas te pedirá Dios cuenta en el día en que te juzgue.

[10] Por tanto arranca de tu corazón la ira, y aparta todo vicio de tu carne, puesto que la juventud y las delicias no son sino vanidad.

Eclesiastés, 11