II Macabeos, 9
[1] A este tiempo volvía Antíoco ignominiosamente de la Persia; •
[2] pues habiendo entrado en la ciudad de Persépolis, llamada Elimaida, e intentado saquear el templo y oprimir la ciudad, corrió todo el pueblo a tomar las armas, y lo puso en fuga con todas sus tropas, por lo cual volvió atrás vergonzosamente. •
Territorio o provincia en torno a Susa, llamada Elimaida por el antiguo Elam. No se trata de Persépolis. 1Ma. 6, 1.
[3] Y llegado que hubo cerca de Ecbatana, recibió la noticia de lo que había sucedido a Nicanor y a Timoteo. •
[4] Con lo que montando en cólera, pensó en desfogarla en los judíos, y vengarse así del ultraje que le habían hecho los que le obligaron a huir. Por tanto mandó que anduviese más aprisa su carroza, caminando sin pararse, movido para ello del juicio o venganza del cielo por la insolencia con que había dicho que él iría a Jerusalén , y que la convertiría en un cementerio de cadáveres hacinados de judíos. •
[5] Mas el Señor Dios de Israel, que ve todas las cosas, lo hirió con una llaga interior e incurable, pues apenas había acabado de pronunciar dichas palabras, le acometió un acerbo dolor de entrañas y un terrible cólico. •
[6] Y a la verdad que bien lo merecía, puesto que él había desgarrado las entrañas de otros con muchas y nuevas maneras de tormentos. Mas no por eso desistía de sus malvados designios. •
[7] De esta suerte, lleno de soberbia, respirando su corazón llamas contra los judíos, y mandando siempre acelerar el viaje, sucedió que, corriendo furiosamente, cayó de la carroza, y con el gran golpe que recibió, se le quebraron gravemente los miembros del cuerpo.
[8] Y aquel que lleno de soberbia quería levantarse el hombre, y se lisonjeaba de poder mandar aun a las olas del mar, y de pesar en una balanza los montes más elevados, humillado ahora hasta el suelo, era conducido en una silla de manos, presentando él mismo un manifiesto testimonio del poder de Dios; •
[9] pues hervía de gusanos el cuerpo de este impío, y aún viviendo se le caían a pedazos las carnes en medio de los dolores, y ni sus tropas podían sufrir el mal olor y fetidez que de sí despedía. •
[10] Así el que poco antes se imaginaba que podía coger con la mano las estrellas del cielo, se había hecho insoportable a todos, por lo intolerable del hedor que despedía.
[11] Derribado, pues, de este modo de su extremada soberbia, comenzó a entrar en un conocimiento de sí mismo, estimulado del azote de Dios, pues crecían por momentos sus dolores. •
[12] Y como ni él mismo pudiese ya sufrir su olor, dijo así: Justo es que el hombre se sujete a Dios, y que un mortal no pretenda apostárselas a Dios.
[13] Mas este malvado rogaba al Señor, del cual no había de alcanzar misericordia. •
Los últimos momentos del rey constituyen una visión teológica más que una descripción. Pv. 1, 26; Hb. 12, 17.
[14] Y siendo así que antes se apresuraba a ir a la ciudad de Jerusalén para arrasarla, y hacer de ella un cementerio de cadáveres amontonados, ahora deseaba hacerla libre; •
[15] prometiendo así mismo igualar con los atenienses a estos mismos judíos a quienes poco antes había juzgado indignos de sepultura, y les había dicho que los arrojaría a las aves de rapiña y a las fieras, para que los despedazasen, y que acabaría hasta con los niños más pequeños. •
Dejarlos vivir según sus leyes y costumbres, y concederles privilegios.
[16] Ofrecía también adornar con preciosos dones aquel templo santo que antes había despojado, y aumentar el número de los vasos sagrados, y costear de sus rentas los gastos necesarios para los sacrificios; •
[17] y además de esto, hacerse él judío, e ir por todo el mundo ensalzando el poder de Dios.
[18] Mas como no cesasen sus dolores (porque al fin había caído sobre él la justa venganza de Dios), perdida toda esperanza, escribió a los judíos una carta, en forma de súplica del tenor siguiente:
[19] A los judíos, excelentes ciudadanos, desea mucha salud y bienestar y toda prosperidad el rey y príncipe Antíoco. •
[20] Si gozáis de salud, tanto vosotros como vuestros hijos, y si os sucede todo según lo deseáis, nosotros damos por ello a Dios muchas gracias. •
[21] Hallándome yo al presente enfermo, y acordándome benignamente de vosotros, he juzgado necesario, en esta grave enfermedad que me ha acometido a mi regreso de Persia, atender al bien común, dando algunas disposiciones;
[22] no porque desespere de mi salud, antes confío mucho que saldré de esta enfermedad;
[23] mas considerando que también mi padre, al tiempo que iba con su ejército por las provincias altas, declaró quién debía reinar después de su muerte, •
[24] con el fin de que si sobreviniese alguna desgracia, o corriese alguna mala noticia, no se turbasen los habitantes de las provincias, sabiendo ya quién era el sucesor en el mando;
[25] y considerando además que cada uno de los reyes limítrofes y poderosos vecinos está acechando ocasión favorable, y aguardando coyuntura para sus planes, he designado por rey a mi hijo Antíoco, el mismo a quien yo muchas veces, al pasar a las provincias altas de mis reinos, recomendé a muchos de vosotros, y al cual he escrito lo que más abajo veréis. •
[26] Por tanto, os ruego y pido que acordándoos de los beneficios que habéis recibido de mí en común y en particular, me guardéis todos fidelidad a mí y a mi hijo; •
[27] pues confío que él se portará con moderación y dulzura, y que siguiendo mis intenciones será vuestro favorecedor. •
[28] En fin, herido mortalmente de Dios este homicida y blasfemo, tratado del mismo modo que él había tratado a otros, acabó su vida en los montes, lejos de su patria, con una muerte infeliz. •
[29] Filipo, su hermano de leche, hizo trasladar su cuerpo, y temiéndose del hijo de Antíoco, se fue para Egipto a Tolomeo Filométor. •