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Santiago, 3


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[1] No queráis muchos de vosotros, hermanos míos, hacer de maestros, considerando que os exponéis a un juicio muy riguroso.

[2] Porque todos tropezamos en muchas cosas. Que si alguno no tropieza en palabras, éste tal se puede decir que es varón perfecto, y que puede tener a raya a todo el cuerpo y sus pasiones.

[3] Así como si metemos un freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, movemos su cuerpo a dondequiera.

[4] Mirad también cómo las naves, aunque sean grandes y estén llevadas de impetuosos vientos, con un pequeño timón se mueven acá y allá donde quiere el impulso del piloto.

[5] Así también la lengua es un miembro pequeño, sí, pero viene a ser origen fastuoso de cosas de gran bulto o consecuencia. ¡Mirad un poco de fuego cuán gran bosque incendia!

[6] La lengua también es un fuego, es un mundo entero de maldad. La lengua es uno de nuestros miembros, que contamina todo el cuerpo, y siendo inflamada del fuego infernal inflama la rueda, o toda la carrera, de nuestra vida.

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De ella se originan los grandes incendios de las guerras y discordias.

[7] El hecho es, que toda especie de bestias, de aves, y de serpientes, y de otros animales se amansan y han sido domados por la naturaleza del hombre;

[8] mas la lengua ningún hombre puede domarla, ella es un mal que no puede atajarse, y está llena de mortal veneno.

[9] Con ella bendecimos a Dios Padre, y con la misma maldecimos a los hombres, los cuales son formados a semejanza de Dios.

[10] De una misma boca sale la bendición y la maldición. No han de ir así las cosas, hermanos míos.

[11] ¿Acaso una fuente echa por el mismo caño agua dulce y agua amarga?

[12] O ¿puede, hermanos míos, una higuera producir uvas, o la vid higos? Así tampoco la fuente salada puede dar el agua dulce.

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La lengua, que nos ha dado Dios para alabarlo, no debe servir para ofenderlo.

[13] ¿Hay entre vosotros alguno tenido por sabio y bien amaestrado para instruir a otros? Muestre por el buen porte su proceder y una sabiduría llena de dulzura.

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¿Cómo podrá hacer ningún fruto el doctor o predicador de la ley de la caridad, el ministro de la paz, el maestro de la humildad si con su ejemplo desmiente sus palabras?

[14] Mas si tenéis un celo amargo y el espíritu de discordia en vuestros corazones, no hay para qué gloriaros y levantar mentiras contra la verdad;

[15] que esa sabiduría no es la que desciende de arriba; sino más bien una sabiduría terrena, animal y diabólica.

[16] Porque donde hay tal celo o envidia y espíritu de discordia, allí reina el desorden y todo género de vicios.

[17] Al contrario, la sabiduría que desciende de arriba, además de ser honesta y llena de pudor, es pacífica, modesta, dócil, susceptible o concorde con todo lo bueno, llena de misericordia y de excelentes frutos de buenas obras, que no se mete a juzgar, y está ajena de hipocresía.

[18] Y es que los pacíficos son los que siembran en paz los frutos de la verdadera justicia, o santidad.

Santiago, 3