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Mateo, 11


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[1] Como hubiese Jesús acabado de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en las ciudades de ellos.

[2] Pero Juan, habiendo en la prisión oído las obras maravillosas de Cristo envió dos de sus discípulos a preguntarle:

[3] ¿Eres tú el Mesías que ha de venir, o debemos esperar a otro?

[4] A lo que Jesús les respondió: Id y contad a Juan lo que habéis oído y visto:

[5] Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia el mensaje de salvación a los pobres;

[6] y bienaventurado aquel que no tomare de mí ocasión de escándalo.

[7] Luego que se fueron éstos, empezó Jesús a hablar de Juan, y dijo al pueblo: ¿Qué es lo que salisteis a ver en el desierto? ¿Alguna caña que a todo viento se mueve?

[8] Decidme si no, ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido con lujo y afeminación? Ya sabéis que los que visten así, en palacios de reyes están.

[9] En fin, ¿qué salisteis a ver? ¿A algún profeta? Eso sí, yo os lo aseguro, y aun mucho más que profeta.

[10] Pues él es de quien está escrito: Mira que yo envío mi ángel ante tu presencia, el cual irá delante de ti disponiéndote el camino.

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Ml. 3, 1; 4, 8.

[11] En verdad os digo que no ha salido a la luz entre los hijos de mujeres alguno mayor que Juan Bautista; si bien el que es menor en el reino de los cielos, es superior a él.

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El elogio de Juan el Bautista unifica este capítulo y exalta al Precursor del Mesías como punto de llegada del antiguo testamento e inicio de la nueva alianza. Lc. 7, 28.

[12] Y desde el tiempo de Juan Bautista, hasta el presente, el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que se la hacen a sí mismos, son los que lo arrebatan.

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Desde la predicación de Juan Bautista hasta hoy, el reino de los cielos o el Evangelio es arrebatado con ímpetu por los hombres que vienen en tropel a oír el mensaje de salvación, que ya no pertenece exclusivamente a los judíos.

[13] Porque todos los profetas y la ley hasta Juan pronunciaron lo porvenir.

[14] Y si queréis entenderlo, él mismo es aquel Elías que debía venir.

[15] El que tiene oídos para entender, entiéndalo.

[16] Mas ¿a quién compararé yo esta raza de hombres? Es semejante a los muchachos sentados en la plaza, que, dando voces a otros de sus compañeros,

[17] les dicen: Os hemos entonado cantares alegres, y no habéis bailado; cantares lúgubres, y no habéis llorado.

[18] Así es que vino Juan, que casi no come ni bebe, y dicen: Está poseído del demonio.

[19] Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un glotón y un vinoso, amigo de publicanos y gentes de mala vida. Pero queda la divina sabiduría justificada para con sus hijos.

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No aprobáis la aspereza del Bautista ni la vida regular del Hijo del hombre.

[20] Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades donde se habían hecho muchísimos de sus milagros, porque no habían hecho penitencia.

[21] ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Que si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han obrado en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia, cubiertas de ceniza y de cilicio.

[22] Por tanto, os digo que Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente el día del juicio que vosotras.

[23] Y tú, Cafarnaúm, ¿piensas, acaso, levantarte hasta el cielo? Serás, sí, abatida hasta el infierno; porque si en Sodoma se hubiesen hecho los milagros que en ti, Sodoma quizá subsistiera aún hoy día.

[24] Por eso te digo que el país de Sodoma el día del juicio será castigado con menos rigor que tú.

[25] Por aquel tiempo exclamó Jesús , diciendo: Yo te glorifico, Padre mío, Señor del cielo y de la tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas, a los sabios y prudentes del siglo, y las has revelado a los pequeñuelos.

[26] Sí, Padre mío, alabado seas, por haber sido de tu agrado que fuese así.

[27] Todas las cosas las ha puesto mi Padre en mis manos. Pero nadie conoce al Hijo sino el Padre; ni conoce ninguno al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo haya querido revelarlo.

[28] Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré.

[29] Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis el reposo para vuestras almas.

[30] Porque suave es mi yugo y ligero el peso mío.

Mateo, 11