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Apocalipsis, 15


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[1] Vi también en el cielo otro prodigio grande y admirable: Siete ángeles que tenían en su mano las siete plagas que son las postreras; porque en ellas será colmada la ira o castigo de Dios.

[2] Y vi así mismo cómo un mar de vidrio revuelto con fuego, y a los que habían vencido a la bestia, y a su imagen y al número de su nombre, que estaban sobre el mar transparente, teniendo unas cítaras de Dios,

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Por este mar de cristal transparente entienden algunos el firmamento, sobre el cual reinará para siempre Jesucristo con todos sus escogidos reunidos a sus propios cuerpos.

[3] y cantando el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandiosas y admirables son tus obras, ¡oh Señor Dios omnipotente!, justos y verdaderos son tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!

[4] ¿Quién no te temerá, ¡oh Señor!, y no engrandecerá tu santo Nombre puesto que tú solo eres el Santo?; de aquí es que todas las naciones vendrán, y se postrarán en tu acatamiento, visto que tus juicios están manifiestos.

[5] Después de esto miré otra vez; y he aquí que fue abierto en el cielo el templo del Tabernáculo del testimonio, o el lugar santísimo.

[6] Y salieron del templo los siete ángeles que tenían las siete plagas en sus manos, vestidos de lino limpio y blanquísimo, y ceñidos junto a la altura del pecho con ceñidores de oro.

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Todo género de castigos.

[7] Y uno de los cuatro animales dio a los siete ángeles siete cálices de oro, llenos de la ira del Dios que vive por los siglos de los siglos.

[8] Y se llenó el templo de humo a causa de la majestad de Dios, y de su virtud o grandeza; y nadie podía entrar en el templo hasta que las siete plagas de los siete ángeles fuesen terminadas.

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El humo es símbolo de la divina presencia, según se vio en la dedicación del Tabernáculo y del Templo. Ex. 40, 32; 1Rs. 8, 10; 2Pa. 5, 13.

Apocalipsis, 15